Su obra es una permanente invitación a la reflexión a partir de los objetos más cotidianos. Por ello, a su obra a veces se la califica de "realismo mágico".
Es especialmente lúcido al investigar el problema de la representación y la esencia del arte. Magritte cuestiona la relación entre las imágenes y las cosas basada en la semejanza representativa.
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La ilusión óptica es obvia en esta obra, ya que un tren “atraviesa” una pared sin necesidad de sostenerse en nada. Por la misma razón que antes, podemos observar la contrariedad del equilibrio en este cuadro. Normalmente lo objetos que parecen más pesados tienden a “caer” en el plano; sin embargo, este tren se sostiene y en ningún momento nos parece que vaya a caer, sino que seguirá la línea invisible de movimiento que parece recorrer.
La línea de entrada es clara: entras por el espejo, miras el reloj y finalmente al tren, y en tu cabeza puedes oír el traqueteo de sus ruedas.
En esta segunda pintura lo primero que observamos es que los objetos representados no tienen una relación proporcional entre ellos, la figura femenina es demasiado grande para la habitación, y la figura del hombre de espaldas es demasiado pequeña. El tamaño de la habitación está en un punto intermedio. No se aprecia ningún tipo de movimiento, pero sí que hay una dirección: la línea que separa la parde verde de la parte blanca de la pared izquierda hace que nos movemos sobre ella directamente hacia el jarrón, que es el único objeto que encaja en proporción con la habitación.
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