El packaging es la palabra que sintetiza el concepto de estuche, envase, envoltorio o simplemente, caja de un producto cuya función es proteger, representar, conservar, identificar y promocionar cualquier producto.
Pero es también más que eso, es un proceso que dota al producto de una identidad mediante el diseño publicitario. Lo que se traduce en que sin apenas fijarte, reconoces la marca de refrescos que consumes entre todas las demás.
Es un nuevo elemento de comunicación, un valioso elemento estratégico, en mercados altamente competitivos, donde los productos que configuran la oferta no presentan características claramente diferenciales y sus únicas armas distintivas son la notoriedad de la marca y su packaging. Diferenciarse del resto y comunicar claramente su contenido se ha vuelto básico para los productos. El consumidor no tiene tiempo para leer detenidamente la etiqueta, por lo que el envase tiene que ser lo suficientemente atractivo para persuadirle además de proporcionarle información. El packaging o envase representa en muchas ocasiones el primer contacto que un público objetivo tiene con el producto en su forma básica. Es necesario entonces prepararlo para ese momento, es imprescindible darle armas con que defenderse, argumentos con que convencer, personalidad con que destacarse. Por eso ni el envase ni la etiqueta son meros envoltorios para nadie. Son símbolos inconscientes de su contenido.
La importancia del packaging es notablemente más considerable cuanto más deben venderse por compra impulsiva en centros de venta, sobre todo si se trata de autoservicios. Ha llegado a ser el intermediario entre el producto y el comprador, de quien depende en definitiva el éxito comercial. El envase atrae la mirada y llama la atención al comprador en el escaparate o estantería, lo sigue siendo en la calle, en los medios de transporte, en cualquier parte en que se ve en manos de alguien.
El comprador, en la mayor parte de los casos, no ve el producto, sino el envase que lo contiene y su decisión de compra se basa, en gran parte, a través de la imagen, a veces subconsciente que se forma y en la que influyen el diseño, la forma y los colores del envase y el lugar que ocupa en el lugar de la venta.
Las 4 funciones básicas de un buen envase son: Informar, Diferenciarse, Ilusionar y Provocar. En definitiva, atraer al público por medio de su imagen, además de guardar o embalar el producto.
Pero es también más que eso, es un proceso que dota al producto de una identidad mediante el diseño publicitario. Lo que se traduce en que sin apenas fijarte, reconoces la marca de refrescos que consumes entre todas las demás.
Es un nuevo elemento de comunicación, un valioso elemento estratégico, en mercados altamente competitivos, donde los productos que configuran la oferta no presentan características claramente diferenciales y sus únicas armas distintivas son la notoriedad de la marca y su packaging. Diferenciarse del resto y comunicar claramente su contenido se ha vuelto básico para los productos. El consumidor no tiene tiempo para leer detenidamente la etiqueta, por lo que el envase tiene que ser lo suficientemente atractivo para persuadirle además de proporcionarle información. El packaging o envase representa en muchas ocasiones el primer contacto que un público objetivo tiene con el producto en su forma básica. Es necesario entonces prepararlo para ese momento, es imprescindible darle armas con que defenderse, argumentos con que convencer, personalidad con que destacarse. Por eso ni el envase ni la etiqueta son meros envoltorios para nadie. Son símbolos inconscientes de su contenido.
La importancia del packaging es notablemente más considerable cuanto más deben venderse por compra impulsiva en centros de venta, sobre todo si se trata de autoservicios. Ha llegado a ser el intermediario entre el producto y el comprador, de quien depende en definitiva el éxito comercial. El envase atrae la mirada y llama la atención al comprador en el escaparate o estantería, lo sigue siendo en la calle, en los medios de transporte, en cualquier parte en que se ve en manos de alguien.
El comprador, en la mayor parte de los casos, no ve el producto, sino el envase que lo contiene y su decisión de compra se basa, en gran parte, a través de la imagen, a veces subconsciente que se forma y en la que influyen el diseño, la forma y los colores del envase y el lugar que ocupa en el lugar de la venta.
Las 4 funciones básicas de un buen envase son: Informar, Diferenciarse, Ilusionar y Provocar. En definitiva, atraer al público por medio de su imagen, además de guardar o embalar el producto.
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